25 de Septiembre de 2022
Comunicado
Foro Argentino de Defensa Comité Ejecutivo
Es una mañana templada de primavera en el sur de Paraguay, en la costa norte del Río Paraná. La isla se encuentra cerca de Cerrito y enfrente, a escasos kilómetros, se alcanza a divisar Yahapé, Corrientes.
El aparato es un Cessna 210 “Centurión” de fines de los sesenta. Es algo viejo pero todavía desarrolla los 310 hp de su noble motor Continental. Ostenta su esquema de pintura original, un poco desteñida por el sol guaraní, y su matrícula es la que tenía cuando todavía estaba en el registro nacional de aeronaves.
A pesar de que no hay grandes árboles, los matorrales disimulan su silueta. Solamente unos ojos expertos podrían divisar la franja verde alisada en una diagonal de la isla, que se extiende en casi toda su longitud. El lugar está bastante aislado y se abastece mediante una lancha: el combustible, la carga y el piloto.
El despegue es marginal porque se ha aprovechado hasta el último gramo del peso máximo. La carga hoy es de unos 290 kg, que con todo el combustible y el piloto, deja a nuestro avión un poco por encima de los 1.800 kg. No obstante, este Cessna tiene instalado un “kit Horton Stol”, un accesorio aerodinámico que permite despegues más comprometidos.
Se pone en marcha el motor y el avión rueda hasta el extremo de la improvisada pista/franja verde/isla/portaavión. El despegue es un poco largo pero el noble “Cessnita” deja el suelo sin problemas. Se retrae el tren de aterrizaje, se suben los flaps e inmediatamente se coloca rumbo sudoeste. El ascenso es muy breve porque se nivela a unos 30 metros de altura. Al alcanzar los 150 nudos (277 km/h), se ajusta la potencia de crucero, se reduce un poco el paso de la hélice y se ajusta la mezcla de combustible (a pesar de la escasa altura). Esto se puede hacer con seguridad vigilando la temperatura de los cilindros. Todo sea por obtener el máximo rendimiento del combustible.
Igualmente, en esta zona se vuela por debajo de los lóbulos radar de Resistencia y Posadas. Este es el “embudo”. Aun así se sabe que hay escasa presencia de aviones interceptores, a veces en Resistencia, un poco lejos a más de 150 km.
En el centro del panel de instrumentos original ahora se encuentra instalado un GPS muy popular, con pantalla color de 7 pulgadas, que nos indica la ruta hacia el destino, mediante su clásica línea violeta (magenta).
En el cielo, a mayor altura se divisan unas pocas nubes. A la izquierda, en unos minutos aparecerá el sol e iluminará toda esta zona plana llena de pajonales y esteros. Sobrevuela el Iberá, y durante kilómetros no hay población a la vista.
Poco más de una hora después del despegue se aproxima a la localidad de Esquina, Corrientes. Sobre esta zona no hay radares, así que se puede ascender un poco, hasta unos 300 metros de altura. El GPS muestra que hay un poco de viento del Este, desde la izquierda de la aeronave y reduce unos 5 nudos (unos 9 km/h) la velocidad de navegación. Esto no afecta los cálculos del combustible.
Unos minutos más tarde cruza el ancho cauce del Paraná manteniendo su rumbo. A la izquierda y atrás va dejando Esquina, la costa de Corrientes y la pista del aeroclub de esa ciudad.
A las dos horas de vuelo se observa a la izquierda, claramente, la gran mancha blanca de la ciudad de Santa Fe. Hacia el Oeste, un poco más lejos se distingue la localidad santafesina de Esperanza.
Ahora se ajusta el rumbo unos pocos grados a la derecha, hacia el destino de la carga. Quedan unos 30 minutos de vuelo y el clima se muestra favorable. Sobre algunos campos se aprecia un tractor arrastrando un acoplado, levanta algo de polvo. El viento en superficie sigue soplando del Este, pero débil.
El lugar de entrega está sobre un camino vecinal de tierra, una larga recta a 5 km. al norte de Los Cardos, en la Provincia de Santa Fe. Allí espera una pickup 4×4 con dos personas. Ellos harán la carga de los cuarenta y tantos paquetes de cocaína. A su vez, llevan dos tambores de 200 litros con combustible y un gran embudo metálico para acelerar el reabastecimiento del avión. Toda la operación no lleva más de 20 minutos.
La carga ahora viaja en la pickup. Está a una hora de ruta de la ciudad de Rosario. A pesar de algunos controles, utilizando caminos secundarios y algo de inteligencia previa se llega al segundo destino: un modesto galpón en un barrio humilde del Gran Rosario.
Poco menos de cuatro horas y la carga ya está en Rosario. Ahora empieza la verdadera odisea, el envío se fracciona, va a las manos de una banda. Lo comercian, abastecen a los “dealers” y llega hasta los quioscos/bunker de las villas. Una parte queda en Rosario para el consumo local, otra viaja. Sobran medios para articular la logística: los puertos, las rutas terrestres y aeródromos de la zona.
A medida que empieza a introducirse se va cargando de tragedia. Como en las películas de ciencia ficción, va alcanzando y manchando todo lo que toca. Provoca las sangrientas disputas entre bandas por el control territorial, dirimidas a tiros. Alimenta los circuitos de la corrupción. Arrincona a los adictos y los va matando en cuotas. “Mata” también a sus familias, presas del dolor y la angustia. Mata a inocentes, víctimas de los que salen “de caño” bajo sus efectos. Se encarama por esferas impensadas de la sociedad (toda), y la va disolviendo.
¿Cuántas víctimas provoca? ¿Cuántos delitos?
¿Cuántas veces se vulnera la soberanía? ¿Cuántas veces se pone en peligro la vida y la libertad de sus habitantes?
Mientras tanto, el avión ya regresó hacia el norte y se encuentra en un hangar cerca de Caazapá, Paraguay. Son las 17:00 horas.